LA MOSQUITA MUERTA

LA MOSQUITA MUERTA


Hoy nos toca un tipo de mujer única en su especie. La mosquita muerta. Esta clase de mujer se caracteriza por estar siempre justo ahí, en el momento indicado y en el lugar preciso, esperando lanzarse sobre la mugre ajena.
Por su expresión angelical y sus ojitos de corderito degollado siempre resulta bien parada cuando es sospechada de algún hecho poco ético. Tiene la capacidad de manipular la situación de modo de salir siempre airosa, aún cuando los hechos demuestren lo contrario.
Su estandarte será continuamente la bondad, el compañerismo, el amor al prójimo. Por expresarse siempre con términos corteses todo el mundo la verá como un ser inmaculado, incapaz de matar siquiera a una hormiga, incapaz de actuar con maldad. Ella siempre cae bien, siempre la mano tendida para empujarte hacia el precipicio.
Ella es divina, suave, su voz de muy bajo volumen recuerda a las protagonistas de las novelas rosa, es cándida, sensible y frágil. Pero que no te engañe!!!!
Detrás de sus pestañas arqueadas y sus ojos iluminados se esconden la furia, la ira, los celos, la envidia, la competencia despiadada.
En el mejor de los casos será de las mujeres que aconsejan a una amiga de terminar su relación porque su pareja no le da lo que necesita sólo porque ya le ha echado el ojo. En término medio será de las que toma un mate con vos y te ayuda en el trabajo, te cubre, te salva para después decírselo al jefe en privado y sin calzones.
Y, en el peor de los casos es de las que va a tu funeral, te dedica unas palabras y llora como Magdalena tras haberte envenando.
Todos, sin lugar a dudas hemos conocido a alguna mosquita muerta. Son seres asombrosos en su especie. Son monstruos disfrazados de suaves cachorritos.
De más está decir que si alguna vez es encontrada con los hechos a la vista que la dejan como hacedora de la maldad misma, ella negará, llorará, te gritará con su voz de ángel caído que nunca te perdonará por haber pensado semejante cosa de una persona como ella, es excelente en sentirse absolutamente ofendida.
Hasta yo misma me he cruzado con alguna. De hecho la más notable ha sido una compañera de trabajo. Ella se acercaba siempre en calidad de buena compañera, cuando las horas volaban se ocupaba de terminar el trabajo para que yo volviera a casa con mi familia. Pero también se ocupaba de acostarse con el jefe y utilizar millones de hipérboles sobre lo irresponsable que yo era en mi trabajo. Lo bueno era que al día siguiente ella me recibía con la mejor sonrisa, y yo (tras las puteadas del jefe) con la mejor cara de culo.
Esa es otra característica de la mosquita muerta. No solo utiliza su maldad sino también el sexo como puente para sus fines. Y su fin máximo es manipular, conseguir lo que desea cualquiera sea el costo. Utiliza el sexo como medio para presionar. Pero la presión no como amenaza, sino como una pequeña insinuación de "lo que podría llegar a suceder si...". Entonces frente al boludo que cae en sus trampas ella llora, amenaza con suicidarse, se siente triste, segundo plato, desolada, usada, manipulada, dolida, destrozada. Con sus actuaciones de fragilidad extrema el boludo sigue en su juego. Pero no lo siente, de hecho es más sociópata de lo que pensamos, es extremadamente sangre fría, no siente, todo es fingido, pero es efectivo siempre. Con todos los que la rodean será igual.
Es víctima del mundo, víctima del egoísmo, de la realidad. Es demasiado endeble para la sociedad, por eso te apuñalará mirándote como un tierno animé. Por eso, porque es una mosquita muerta.

La malhumorada


El malhumor es el malestar crónico, por lo tanto, la malhumorada es la mujer que vive todos los días sintiendo fastidio, incomodidad o disgusto como consecuencia de su excesiva crítica hacia la realidad.
La malhumorada, tema que particularmente me interesa, es una tipología claramente definida por el contraste entre la realidad y el prototipo ilusorio creado en la mente de este tipo de mujer. La mujer que es malhumorada lo es por un defecto cerebral, por su visión (errada o acertada) del mundo, por la inconformidad de lo que le tocó en suerte o por una tendencia pesimista sui generis. Lo cierto de todo lo antedicho es que es el tipo de mujer que no cae bien, excepto a poca gente que ya la conoce y la reconoce como tal y, por lo tanto, la acepta, la tolera.
La “chinchuda” o “argel” –términos más populares- tiene, de treinta días, veinticinco malos y del resto dos son buenos y tres regulares. Está absolutamente imposibilitada de poner en la balanza lo positivo y lo negativo, sumado al hecho de que al estar convencida de que el día fue pésimo agrega unos kilos innecesarios al plato negativo y su ecuación con resultante menos cinco siempre cierra, de esta manera se autoconvence de que la jornada fue una mierda y sólo desea que llegue la hora de dormir para ver “qué pasa al otro día”, y se duerme pensando que mañana será otro día del orto.
Una característica fundamental en este tipo de mujer es su cara de traste, nunca se sabe cuándo está feliz, contenta, agradecida, de buen humor, porque hasta en esos días que ella califica “buenos” tiene la misma cara de culo por lo que se hace muy difícil reconocer la gama de estados de ánimo que cualquier persona normal tiene.
La malhumorada es de este modo porque no tiene, no encuentra o no quiere otra forma de vivir la realidad. Puede tener la mejor compañía, dinero, salud, gratitud de quienes la rodean pero de todos modos ella siempre estará enojada con el lunes, el martes, con el miércoles, el jueves y el viernes porque son días laborales, con el sábado se peleará por ser el día en que tiene que limpiar a fondo la casa o planchar la ropa, u ordenar su ropero; al domingo siempre le toca lo peor, porque al no tener nada que hacer, lo putea por ser un día de mierda aburrido y sin buenos programas para ver.
Lo dicho en el párrafo anterior me lleva a otra característica infaltable: la puteada constante. La malhumorada es lingüista en “malas palabras”, sabe hasta la evolución fonética y semántica de todas las formas de putear existentes y las usa incesantemente en cualquier ocasión. La malhumorada putea cuando se levanta porque es temprano, pero si se levanta tarde también putea porque perdió tiempo en la cama. Putea cuando está sola porque se aburre y lo hace cuando está acompañada porque se siente invadida. Maldice cuando almuerza o cena porque si comió los dos bifes que hizo piensa que se fue al carajo y que comió de más, y si comió sólo uno se enoja porque se quedó con hambre. Nunca está satisfecha con lo que hace o le sucede. Si va al supermercado se enfurece porque no bajó el precio de la lechuga y aunque piensa que el tomate está más barato comienza a declamar un poema a la c.... de la lora porque piensa “¡de qué carajo me sirve! ¿voy a hacer una ensalada con dos kilos de tomates y dos hojas de lechuga?”.
Si hace calor putea porque no tiene ganas de arreglarse o maquillarse porque transpira y si hace frío maldice a todos los dioses del Olimpo porque para salir debe ponerse dos camisetas, un pullover y una campera incomodísima arriba. Verdaderamente creo que la malhumorada no se soporta ni ella misma.
Lo peor de todo esto es que nunca podrá convivir con nadie, no puede con ella misma, mucho menos podrá aprender a tolerar las mañas de otro. Si llega a encontrar la toalla tirada, o el papel higiénico puesto en la dirección opuesta, o la rejilla de la cocina sucia bajarán los jinetes del Apocalipsis y nadie quedará vivo. Es el tipo de persona que no puede amoldarse a la sociedad: se enoja cuando conduce, cuando va al cajero, cuando hace fila para pagar las cuentas, porque se cortó el cable, con la vecina que le tira basura en su cesto, con los perros que ladran cuando intenta dormir, con los pájaros que cantan temprano y la despiertan. No sería muy alocado decir que tiene cierto comportamiento psicótico y de sociópata.
La malhumorada es el tipo de mujer con la que muy pocos hombres pueden llegar a congeniar, tiene –como todas las personas- virtudes que la pueden llegar a hacer deseable o agradable en algunas ocasiones, pero su visión pesimista de la realidad la supera y que el mundo sea imperfecto la amarga al punto de arruinar cualquier cita porque su acompañante llegó diez minutos tarde, o porque no encuentra la pulsera que le combina con el vestido. Cualquier minucia le amarga un proyecto completo y lo peor de todo es que se lo hace saber a todos los que la rodean y a vivas voces.
El malhumor será su eterna compañía, salvo que la rapten extraterrestres, le laven el cerebro y la regresen como una persona diferente, también podría cambiar reencarnándose en otro tipo de ser, pero creo que sería más coherente decir que en realidad lo que necesita son veinte años de terapia. Ahora bien, hay que ver qué psicólogo se atrevería a llevarla a su diván.





La histérica calienta pava

Este tipo tan particular de mujer merece una edición completa de enciclopedia, pero nos limitaremos a hacer una escueta caracterización con algunos casos a modo de ejemplo.
Para comenzar debemos definir qué significa la nomenclatura calienta pava. La calienta pava, (popularmente significa que calienta el agua pero nadie toma el mate), es aquella mujer que flirtea, provoca, seduce, coquetea, engatusa a cualquier hombre sin importar estado civil, raza, religión, ideología política ni inclinación sexual, y lo hace con el único objetivo de alimentar su ego.
La histérica –forma más culta si se quiere- no tiende a marcar estándares de gustos, cualquier tipo puede resultar un atractivo entretenimiento pasajero que demuestre una vez más que la mujer es quien tiene la llave para abrir o cerrar una hipotética relación.
Esta tipología de mujer se caracteriza por varias cualidades. Una de ellas es todo aquello que haga referencia a su vestimenta: faldas cortas, escotes pronunciados, lencería que asoma todo el tiempo a través de alguna exagerada transparencia, un jean hiper ajustado, hiper tiro bajo, y por supuesto, los infaltables tacos altos, cuanto más altos más sexis. En cuanto a lo que concierne a esta enumeración de placard, cabe aclarar que no entra en discusión la discriminación de nuestra parte, sino simplemente hacer un muestreo breve del tipo de atuendo que generalmente lleva.
Otra característica significativa de la calienta pava es su particular estilo de habla, en general, este tipo de mujer modifica el tono de su voz cada vez que se encuentra frente a un hombre, su voz muta hasta llegar a ser casi orgásmica, arma letal para la atracción del sexo opuesto. De más está decir que el tono siempre va acompañado de los buenos modales, por ejemplo, si va a la carnicería y pide un pollo, el carnicero le dará el pollo entero, en su bolsa, como los venden. Pero ella le pedirá con su orgásmica voz que lo troce y para ello utilizará palabras muy connotativas como “¿me podrías trozar?” y el carnicero, desesperado, hará esperar a toda la cola de gente para sacar el pollo de su bolsa, abrirlo, trozarlo y volverlo a acomodar en su respectivo envase. Seguramente el hombre se atreverá a deslizar algún comentario como “¿algo de carne querés?”; la calienta pava sólo sonreirá, le agradecerá la deferencia que tuvo y dará media vuelta contoneando sus caderas.
Y este será siempre su modus operandi, cuando vaya al taller a verificar el estado de su vehículo o por alguna reparación, utilizará frases que darán lugar a que el pobre mecánico transforme sus ratones de almanaques de playboys en canguros saltarines reales y palpables: “¿podés inflarme las gomas?”, “se me pinchó, ¿qué hago? ¿tenés tiempo para mí? ¿te espero?”. Inclusive, hay algunas mujeres que salen del supermercado con dos bolsas, esperan el colectivo y cuando éste llega piden sensualmente al chofer que la ayude a subir sus dos bolsas. En realidad, los mencionados actos –y otros similares- los realiza para sacar ventaja, ventajas de tiempo, de precios, de favores, o de excepciones que en general la gente no hace salvo con conocidos. La calienta pava está absolutamente consciente de que su forma de ser la beneficia en lo cotidiano y burocrático de la vida: hacer fila para comprar o pagar cuentas, conseguir precios más baratos o productos de mejor calidad de lo que usualmente le venden a la gente, reparaciones gratis, y hasta regalos de admiradores que quedaron prendados, extasiados con su cabaretero andar. Cada regalo será un trofeo, cada “gracia” obtenida será la recompensa de su particular modo de ver al hombre.
Se debe destacar que todas estas situaciones no llevan a nada más que engendrar monstruos sexuales en el hombre, porque la calienta pava no pasará del simple engatusamiento, del simple objetivo de conseguir algo que necesite; es por esta razón que cuando su aburrimiento regrese, volverá a ser una mujer como todas y este pobre hombre intentará buscar alguna explicación ante el repentino cambio de actitud. De más está decir que a ella jamás le importará, solo fue un pasatiempo divertido.
Al comenzar mencionamos dos datos de suma importancia: 1- la calienta pava no hace discriminación en cuanto a hombres y, 2- la calienta pava lo hace sólo para alimentar su ego. Explicaremos el primer dato para concluir con el segundo y así cerrar nuestro artículo.
La histérica flirtea y seduce a cualquier hombre sin importar estado civil, raza, religión, ideología política ni inclinación sexual. No importa si la víctima es casado, divorciado, viudo o soltero, no importa si es ateo, agnóstico, judío, católico, evangélico, mormón o testigo de Jehová. Ella puede ser radical y el hombre peronista, puede ser de izquierda o derecha, lo único que importa es llegar a provocar que la miren y queden embelesados, y lo que es aún peor, ni siquiera importa, si es heterosexual, gay, metrosexual, transexual, travesti o cualquier variedad posible. No tiene un estándar definido, todo le parece aprovechable.
Para concluir, porque el artículo se está extendiendo más de lo habitual –se dijo de antemano que merecía una enciclopedia completa-, diremos que todo lo antes descripto es la consecuencia de su necesidad de almacenar proporciones inmensas de ego, de lograr la aprobación tácita o explícita de su manera de verse frente al espejo: “soy una mujer que puede tener a cualquier hombre en sus manos, puedo, si me propongo conseguir al que quiera” (no está mal, siempre y cuando no signifique perjuicios a un tercero).



La boluda

En esta ocasión se abordará  un caso muy particular dentro de las tipologías que venimos detallando: la boluda. Según diccionarios autorizados, la palabra boluda deriva del sustantivo boludez: acto propio de un boludo, torpeza, inexperiencia, desmaña. Por lo tanto la boluda –tema que nos atañe en este día- vendría a ser aquella persona que se especializa en ser torpe y sin mañas, o mejor dicho “carente de viveza criolla”.
La boluda es un ser muy particular debido a su manera de relacionarse e interactuar con la sociedad y ante cualquier contingencia común del día a día. Se caracteriza por no diferenciar el tipo de vínculos que debe establecer con las distintas personas, por no discernir entre un acto de mala fe y otro de nobleza a causa de su ingenuidad nata, por no tener maldad sino torpeza en su desenvolvimiento social, por ser culposa, por no aprovechar aquellas ocasiones que se dan una sola vez ya que considera que debe pensar antes de actuar, pero en ese proceso de pensamiento su oportunidad ha desaparecido  y,  por último –a pesar de haber otras características-, por su absoluto convencimiento de que su modo de hablar con los demás es el correcto cuando el resto de los presentes considera que esto ha sido totalmente inoportuno.
Como se dijo, una de las características es la incapacidad de diferenciar los tipos de vínculos con los demás. La boluda, en su humilde ingenuidad, cree que todas las personas con las cuales puede llegar a cruzar un diálogo –sea amigo, familiar, el mecánico de la moto, el panadero, el vecino- tienen las mismas intenciones que ella: mantener de ahora en adelante una relación fraternal, amena y respetuosa, sin dobles intenciones. Es aquí donde en más de una ocasión se encuentra con personas que, como reza el viejo dicho popular “le di la mano y me tomó el codo”, se abusan de su inexperiencia en el trato social para sacarle algún favor/provecho, dinero u objetos que no le devolverán jamás y que la boluda por vergüenza no reclamará, o simplemente lograr la incomodidad de la boluda a partir de alguna respuesta subida de tono, de “levante”, que generalmente roza la obscenidad. En todos estos casos, a la boluda le tomará tiempo darse cuenta del error que ha cometido al no medir la confianza que deposita en los recién conocidos, sufrirá sin poder comprender porqué esta persona X  le ha hecho tal o cual cosa; pero poco importará porque a la boluda, por ser boluda, le volverán a tomar el pelo y volverá a sentirse defraudada y será así por los siglos de los siglos.
Obviamente la razón de su sentimiento de frustración constante frente a su manera de interactuar con otros de debe a la falta de “viveza criolla”, término que abarca múltiples significados, pero que en esta ocasión se circunscribe a los siguientes casos:
En primer lugar, la boluda no tiene viveza para discernir cuándo alguien obra de buena o mala fe, ella siempre –en su mente positiva- espera recibir lo que ha dado, ofrece ayuda y le devuelven palos. Esta incapacitada para darse cuenta con antelación cuándo alguien busca perjudicarla o simplemente burlarse y esta misma incapacidad la lleva a otra: después de tantos fiascos, la boluda desconfiará de todos aquellos que se le acerquen, lo que la lleva al otro extremo. Hay muchas mujeres que se caracterizan de esta manera, muchas que se han perturbado por comentarios sexuales de hombres, porque alguien subió el tono de voz al hablarle, porque le vieron la cara y le cobraron algo mucho más caro que a otros, e inclusive, hay otras que después de tantas “vejaciones” optan por cortar de raíz el vínculo con cualquier extraño, no importa si la relación es comercial, laboral o de cualquier tipo, “por las dudas” no saludan, ni siquiera con un respetuoso y distante “buen día”, no atienden el teléfono cuando el número es desconocido, se inhiben ante el más mínimo comentario de doble sentido, en vez de enfrentar las situaciones con humor y esperar tranquilas el momento oportuno para tomar revancha y ganar la pulseada.
Su ingenuidad congénita, su falta de maña, de viveza, su moral intachable hacen que pierda muchas oportunidades en las que sólo debe calcular un artilugio y todo saldrá perfecto, no sabe mentir, y cuando miente hasta el menos avezado lo percibe. No sabe amañarse para reflotar en una contingencia –de cualquier tipo-, al contrario, o da media vuelta y se va sin saber qué decir y sufre en silencio, o se encoleriza tanto  que nunca más volverá a dirigirle la palabra a su opositor. La boluda no tiene tintas medias, no existe la negociación, porque está totalmente convencida de que lo que ella dijo o hizo está bien y de que el otro se equivocó. No lo hace por soberbia sino simplemente por ser boluda. Este mundo no está hecho para ella, definitivamente;  todo en su planeta interior está dividido en dos tipologías de seres y actos: los buenos/los malos. No caben en ese extraño y utópico planeta la caradurez, la falta de códigos, la traición, la ingratitud, el avivarse, el egoísmo, el respetar al “enemigo” y saber enfrentarlo porque ella todavía no cayó en la cuenta de que en el mundo real –como lo dijo el célebre Discépolo- “el que no llora no mama, y el que no afana es un gil”.

La machona

Hoy nos toca hablar de un tipo de mujer muy particular, mujer que nos rodea y con la cual en más de una ocasión hemos tenido encuentros verbales del tipo agresivo.
La machona, a priori, se caracteriza por su lenguaje pendenciero, movimiento corporal extraño (entre belicoso y afro), conocimiento cabal de las actividades masculinas, agresividad en el trato con sus pares, y la increíble pero real idea de que la mujer agresiva, camorrera, ofensiva y fortachona está cargada de mucha sensualidad.
Pasemos a explicar estas características. En primer lugar ampliaremos uso del lenguaje. La machona es una experta en insultar, cuando entra a un lugar, cuando se despide, cuando manda mensajes de texto, cuando llega navidad, pascuas, en tu cumpleaños, ante la muerte de un conocido, etc. Sus mensajes más comunes son, por ejemplo, “¡qué haces idiota/boludo/a!” “¿cómo estás, tetona?”, “hola, che, cada vez tenés más grande el traste” “feliz navidad, ojalá que Papá Noel te traiga un macho”, etc. Su tenor de agresividad se encuentra justificado según el sexo de su receptor. En el caso de que el interlocutor sea mujer, su virulencia suele ser mayor y se debe primordialmente a la razón más común de maltrato entre mujeres: los celos. La machona insulta como resultado de la imposibilidad de ser lo que desea, menosprecia, rebaja y pretende “ningunear” a aquellas que tienen algo que ella no tiene, o, en el caso de tenerlo, lo hace por el simple hecho de no querer que alguien más lo tenga.
En cuanto a la comunicación con hombres, la provocación se debe más a sus deseos de ser sensual que colérica, su fin en realidad es lograr atraer al sexo opuesto a través de una extraña postura de víbora cazadora. Los insultos pueden pasar del grado mínimo de “boludo” al de entrometerse en el desempeño sexual del hombre. Lo hace porque en su mente retorcida cree que de esa manera lo provoca para que el acusado demuestre lo contrario.
He aquí donde inevitablemente nos saltamos a la última característica (pero no olvidamos las demás): la increíble pero real idea de que la mujer agresiva, camorrera, ofensiva y fortachona está cargada de mucha sensualidad. La machona está absolutamente convencida de que la violencia necesariamente conlleva sexo, seguramente por algún extraño fetiche sadomasoquista. Su idea resulta un tanto primitiva: el cavernícola que arrastra de los cabellos a la mujer, los aborígenes que corren a su hembra hasta tumbarla en la tierra, el gallo que pisa y picotea el cuello de la gallina. Todo lo anterior, pero a la inversa, más raro aún. Definitivamente no es una buena táctica para conseguir un hombre, al menos no uno que valga la pena, pero bueno, es el único modo que la machona tiene de relacionarse con el otro sexo. El problema sería esperar una respuesta más agresiva todavía del macho, algo que no siempre sucede porque el hombre al verse avasallado físicamente por una mujer tiende a romper el vínculo.
La segunda característica, retomando el primer orden, es el movimiento corporal extraño. La machona se diferencia del resto de las mujeres por su particular andar, una muy bien lograda amalgama entre los movimientos propios del entrenamiento militar y el ritmo afro tan popular en Estados Unidos; cada vez que se acerca, te toca el hombro, se levanta o habla pareciera estar a punto de apuñalarte, ahorcarte o decirte alguna frase propia del hip hop con movimientos de manos incluidos. Nunca, ante este tipo de situaciones, se sabe qué hacer: ¿cubrirse la cara por un probable golpe? ¿cerrar los ojos?, ¿temblar o reír? Y si reímos seguramente lo hacemos por incomodidad.
Otra característica es su erudición absoluta sobre las actividades masculinas. La machona, en la mayoría de los casos, ha atravesado una infancia llena de pique y cuarta, trompo, hoyito, corralón y paredón; sus carnavales estaban llenos de globos manzanita, cada vez más pequeños y duros, lo divertido siempre fue mojar y golpear a las niñas recién bañadas que por la tarde salían a saltar el elástico.
Esta forma de criarse indiscutiblemente le brindó todo el saber referido a actividades masculinas. Con el pasar del tiempo aprenderá a jugar fútbol, handboll, aprenderá a pescar, a jugar pool e inclusive algunas llegan a ser muy buenas en pulseada. Proveerse de esta clase de conocimiento le facilitará mantener de vez en cuando un diálogo breve con algún hombre que recuerde su infancia o con algún fanático del fútbol. Este paso será muy importante para que en un próximo encuentro pueda saltarle por la yugular.
La última característica que nos queda es la que de alguna manera resume todas las anteriores: agresividad con sus pares. La machona está completamente imposibilitada para tener un buen trato, para sentirse débil y vulnerable como cualquier mujer. Cada vez que la ofendan, sus receptores de virulencia enviarán esa energía a cada nervio de su cuerpo y su agresividad crecerá más y más hasta convertirse en una indeseable, camorrera, iracunda y pendenciera mujer.

La verborrágica incoherente

Hay mujeres que todos conocemos por ser de las que nunca callan, aun en ocasiones donde hasta el más idiota sabe que debe callar; mujeres que hablan por amor al arte de hablar, y que de trescientas oraciones incoherentes, inconexas, pueden llegar a decir media y, con suerte, hasta una verdad.
La verborrea es un proceso psico- motriz por el cual la boca, ayudada por las cuerdas vocales, escupe del organismo una serie interminable de palabras desordenadas enviadas desde un cerebro que no funciona con normalidad. A continuación intentaremos dar los síntomas propios del mencionado padecimiento.
Las mujeres catalogadas por ser verborrágicas incoherentes, en primer lugar, aunque resulte obvio, siempre hablan: cuando se les pregunta algo, cuando no se les pregunta, cuando la pregunta hecha es cerrada (sólo se aceptan respuestas afirmativas o negativas) responden con un extenso preludio para decir sí o no y finalmente no dicen ni sí ni no, hablan cuando están acompañadas, cuando están solas, hablan con el televisor, la radio, con la vecina que ni la miró cuando salió a tirar la basura, hablan con gente desconocida en las salas de chat, hablan con el perro, con el recolector de residuos, con el barrendero, con el que vino a reponer el agua, con el diariero, con los remiseros, etc. Para resumir, hablan con cualquier persona que no las conoce, porque por ser un perfecto desconocido no está al tanto de con qué tipo de charlatana se está topando.
En segundo lugar, la verborrágica incoherente habla boludeces, corrijo, habla sobre temas sin sentido, desconectados. Puede comenzar haciendo un comentario sobre el clima y terminar hablando de la vida sexual que lleva con su marido. No existe la lógica ni correlación de temas en su discurso. Es por esto que todos, al encontrarnos con este tipo de mujeres, nos decimos “ésta es una loca”.
En tercer lugar, este tipo tan característico de mujeres, se expresa siempre de manera inadecuada, está puesta en el lugar y en el tiempo más inoportunos. Nunca tendrá la palabra justa. A veces peca por intromisión y, en su afán de participar de alguna charla sobre un tema que desconoce completamente, opina, acota o refuta los argumentos de los demás sin darse cuenta de que ha escuchado la última parte de lo dicho y que dijo cualquier cosa.
En cuarto lugar, cuando se le hace notar que metió la pata, siempre trata de excusarse de la misma manera: la culpa de su incoherencia son sus hijos, el trabajo, el estrés, el mal día que tuvo, el mes de mala racha. En el fondo da vergüenza y ternura al mismo tiempo, porque siente la necesidad de ser parte de un grupo, y se nota que hace mucho esfuerzo por caer bien y hacer lo que se debe.
Estamos en la obligación ética de rescatar que la verborrágica incoherente -más allá de que todos pensemos que está completamente descerebrada y nos riamos en complicidad con los demás- no es una persona que caiga del todo mal; puede que nos hartemos de su parafraseo sin fin, pero al fin de cuentas no la sentimos como alguien indeseable o insoportable. Por lo tanto, podríamos considerar su verborrea como un defecto, un problema sin solución, pero no como una característica para odiarla. Su “cualidad”, en efecto, podría utilizarse en una presentación oportuna, por ejemplo: “Ella es fulana, mi compañera, es verborrágica incoherente”, sería como decir: “Ella es fulana, mi compañera, es insulina dependiente”.

La despechada

Si hay un tipo de mujer que cae pésimo socialmente es la despechada. Todos estamos rodeados por alguna, la ex mujer de un amigo, de un primo, la novia de mi hermano, la ex de mi marido, la amante pasada, presente, la vecina, nuestra compañera, etc.
El despecho por ser casi lo mismo que el rencor viene siempre de la mano de la malevolencia, y he ahí la raíz del porqué siempre caen mal las despechadas. A continuación se describirán las características básicas de este tipo de mujeres que nos dejan muy mal paradas.
En primer lugar para ser despechada primero se debe ser abandonada, no correspondida, corrida, echada, vituperada, y sobre todo superada por otra.
La despechada se caracteriza, entonces, por ser una huérfana de relaciones amorosas. Generalmente la orfandad es la consecuencia inmediata de su trastorno de personalidad. Cualquier despechada sigue un proceso de evolución similar al siguiente: comienza una relación amorosa con un sujeto X de quien se enamora súbitamente y sin evaluar las posibilidades de compatibilidad. Durante los primeros meses de idilio la despechada se muestra sumamente sensible a las necesidades de X, lo complace, lo atiende, es comprensiva y divertida. Como en toda relación, los sentimientos siempre van dispares, la despechada “ama” desde el primer día con pasión desbocada mientras que X suele ser del tipo de hombres cautelosos. La disparidad de sentimientos hace que la despechada enloquezca y comience a actuar manejada por su alter ego, comienzan las escenas de celos, los nervios, el llanto y, finalmente, cuando la relación llega al punto máximo de disputa, usa algún as que pueda sacarla a flote.
Entre los últimos recursos para reflotar la relación se encuentran: embarazo “no premeditado” y el viejo discurso de ¡¿qué voy a hacer ahora?! ¡me quiero morir, traer un hijo al mundo sola, tu hijo va a saber la mierda que sos!, etc. Esta estrategia sirve para que X sea asfixiado por la culpa e intente mantener una relación con la despechada, relación que finalmente no llegará a buen puerto. Otro de los recursos utilizados es la amenaza de suicidio ¡si me dejás me mato, te juro!, recurso muy trillado, porque por cierto, los que amenazan no lo hacen. X tratará de calmarla por un tiempo pero también será una relación que no sobrevivirá. Y el último de los métodos considerados más usados es la lástima: la despechada contará una historia ficticia sobre una infancia y una adolescencia muy difíciles, con traumas, abandonos, una supuesta depresión crónica y llorará, llorará mucho para generar compasión en su pareja, quien sentirá lástima y aguantará un poco más de tiempo.
Todas estas estrategias son constantemente utilizadas por la despechada. La pareja de la despechada terminará por romper la relación y por cortar de raíz el vínculo.
Se terminarán los mensajes de textos, la ayuda en calidad de amigo, los lugares de concurrencia común. En otras palabras, X desaparecerá de la faz de la tierra. La despechada continuará mandando mensajes de texto, primero pidiendo perdón, prometiendo mejorar; luego de no obtener respuesta los mensajes se tornarán cada vez más agresivos y virulentos. En la mayoría de los casos los mensajes se relacionan con descalificar a X y escupirle sus defectos para intentar menospreciarlo.
Cuando la fase de mensajes termine, comenzará la de acoso público. La despechada logrará averiguar los movimientos de X para seguirlo y actuar de manera vergonzosa frente a otros. Cuando este recurso no resulte positivo decidirá tomar otro camino: los celos.
Conseguirá algún hombre que le servirá de pretexto para mostrarse frente a X, pero cuando esa relación tampoco funcione volverá a acosar a X siguiendo el proceso anterior: mensajes de texto, persecuciones y acoso.
El problema se presentará con mayor gravedad cuando X forme otra pareja. La despechada llegará al grado supremo de su locura, buscará por cielo y tierra algún elemento que le sirva de prueba para descalificar a la “contrincante” y cuando no lo encuentre inventará argumentos que presentará a X bajo el pretexto de velar por su seguridad y bienestar. Cuando X haga caso omiso de sus comentarios llegamos a lo peor: la despechada está preparada para cualquier cosa. En fin, su accionar es repetitivo y cada vez se volverá más agresivo.
En cuanto a las razones del despecho, tendríamos que considerar que fundamentalmente el despecho, como se dijo anteriormente, deviene del abandono, pero para ser una auténtica despechada se debe tener muy baja autoestima. Por lo tanto, si conocen a alguna mujer con muy baja autoestima, a punto de ser abandonada por su pareja que ya no la soporta, huyan… es el mejor consejo. Este tipo de mujeres es una bomba de tiempo, nadie sabe cuándo van a explotar, aunque verlas explotar es un muy buen espectáculo.

La comeniños (saturno devorándose a sus hijos)

Es sabido que la mujer, como el buen vino, se asienta con el tiempo; pero también es sabido que un pendejo no sabe nada de vinos. Entonces ¿qué sentido tiene malgastarse después de los cuarenta, o más, en un pendejo que sabe menos que una?
Uno de los signos más prominentes de nuestra decadencia social son las maduritas que buscan pendejos. Esta es la tipología de mujer que se describirá a continuación.
Este tipo de mujeres atraviesa un proceso de mutación física en primer lugar, busca la forma esmirriada de las adolescentes, viste como tales y actúa como tales.
Lo que la diferencia de las adolescentes no sólo son los largos años, sino la astucia para cazar presas. Una de las trampas más efectivas son las salas de chat.
No hay ser humano que no mienta en una sala de chat, puedo tener cuarenta y decir que tengo treinta, puedo tener marido y decir que soy soltera, puedo hacer y decir más cosas de lo habitual.
El chat es, para los adolescentes e inexpertos, el camino de la salvación, si tienen suerte, se encontrarán con una madurita a la que le gusten las cosas que las adolescentes no hacen, y que para que lo hagan tendrán que trabajar mucho tiempo. Es en este punto donde entra en acción este tipo de mujeres. Comienzan con la charla amena, varias veces a la semana, intercambio de fotos, la mujer toma la iniciativa de mandar mensajes subidos de tono y la presa se enloquece. Después vendrán las llamadas telefónicas y finalmente, la cena.
Otra de las formas más seguras son las barras de boliches y pubs, el pendejo toma cerveza y habla con sus amigos, ella se acerca, pide fuego, pregunta cualquier cosa y entabla conversación, después de un par de lineadas y vasos de cerveza el nene está atrapado.
Dos o tres veces serán suficientes, para la señora, porque el pobre tipo inexperto quedará prendido y prendado por un buen tiempo. A la cacería de nuevo, y así pasarán más y más y nunca la cosecha se acabará, porque si hay abundancia en algo es en ingenuos.
Ahora bien, mencionado el proceso de captura, me pregunto ¿por qué la necesidad de gente joven? Tengo varias hipótesis:
1. Este tipo de mujeres tiene ascendencia vampiresca y necesita sangre fresca para mantenerse viva, y como todo vampiro recurre al encantamiento para llegar al sadismo.
2. Es un problema psicológico generado por los medios masivos de comunicación: la imagen de la mujer eternamente joven, por lo tanto, si los medios lo dicen es el modelo por seguir.
3. El fin justifica los medios: es más fácil conseguir lo que se quiere a través de un pendejo que nunca dirá “no puedo, no tengo”, que de un hombre ya hecho que dice “no” cuando no está de acuerdo o no quiere dar lo que le piden.
4. El problema podría radicar en la destrucción de la familia funcional. Me parece que el incesto se está abriendo paso en el siglo XXI, podría ser su hijo! Estamos retornando al inicio de los tiempos, cuando Saturno devoraba a sus hijos para mantener el poder.
5. Es una competencia inmoral entre feministas y machistas: la sociedad ve al hombre que sale con pendejas como un ganador, y a la mujer que sale con pendejos como una zorra. Por lo tanto, si me ven como tal, es lo que haré.
6. Un problema más profundo: el sinsentido de la vida, el vacío de la persona que lo ha perdido todo, o lo poco que tenía, que ha llegado a los cuarenta sin haber sido productiva en algo.
Aún con todas estas hipótesis no llego a ninguna conclusión exacta, podría ser un poco de todas o nada de ninguna. De todas maneras, no estoy de acuerdo ni con el viejo verde que sale con pendejas ni con la vieja que se las da de pendeja.
Quememos las etapas cuando hay que quemarlas, digo, para no hacer el ridículo.

Mujeres sin amigas mujeres

Hay mujeres que están imposibilitadas psicológicamente para mantener vínculos amistosos con personas de su mismo sexo. Intentemos crear un identikit básico de este tipo de personalidad.
Son personas –mujeres- que psicológicamente muestran debilidades tales como la autoestima demasiado baja, lo que acarrea trastornos de personalidad. Estos trastornos se pueden concretar a través de los típicos comentarios como “estás más gorda”, “te quedaba mejor el rubio”, “¿te acordás de fulano?¿el que te dejó?”, “qué hermosa está tu hija, ¿a quién salió?”, “hola amiga, te cuento que me compré un vestido hermoso, te lo prestaría pero no sé si te va a quedar bien”, etc. Otras formas de concreción de su baja autoestima son las miradas escondidas, por ejemplo, cuando nos encontramos con estas personas y al darnos vuelta sentimos en la nuca un puñal de ojos abrasivos. De más está decir que los pensamientos de estas mujeres se mueven en una borrosa galaxia que mezcla el odio y la envidia por algo que no tienen y el vil reconocimiento y aceptación de que nunca lo tendrán.
Este tipo de mujeres rapaces vive a la espera de comer la carroña que cae, de vez en cuando de nuestros errores, eso las alimenta. Si una ha dicho algo mal, si se ha puesto algo que no combina con nada, si aumenta un par de kilos, se prepara un banquete que la alimentará por un tiempo. Digo un tiempo porque cuando esta mujer regrese a su casa y se mire al espejo se dará cuenta de lo que verdaderamente es: una perdedora y, por cierto, envidiosa.
Me ha pasado encontrarme con este tipo de mujeres, he visto amigas mías soportar a este tipo de mujeres, y en más de una oportunidad he podido aprovechar la situación para soltar alguna que otra broma de muy mal gusto, un caramelito ácido.
Otra de las formas en que esta personalidad tan particular se manifiesta es la simbiosis. Proceso que consiste en fusionarse con la persona que odian y envidian (a la cual le desean algún mal que dure cien años), pero que en el fondo admiran y esto es lo que las lleva a autoflagelarse aún más porque ven a plena luz sus peores defectos (consumen anfetaminas, se matan de hambre, preparan fiestas horribles para ser el centro de atención, etc.). El recurso que adoptan, entonces, consiste en imitar el accionar de la persona que tienen como parámetro (la víctima), copian su forma de vestir, hablar, comienzan a hacer las mismas actividades y generan una competencia en la cual solamente ellas compiten porque la víctima ni siquiera se ha dado cuenta de que es un concurso para demostrar quién es la mejor.
El hecho de que la otra persona no se percate de que esta mujer trastornada intenta imitarla y, por supuesto, superarla, hace que la loca se enloquezca aún más y comience a elevarse al último nivel de su psicosis: los comentarios de mal gusto y poco éticos frente a conocidos y amigos en común.
Por lo tanto, para aquellas mujeres que se sienten identificadas con la descripción somera que he realizado, sepan que no hay peor cosa que hablar mal delante de otras personas de las que ustedes mismas llaman amigas. Las únicas que desnudan sus defectos y su insignificante autoestima son ustedes… y, por cierto, todos terminamos burlándonos.